#CronicaUrbana | Historia de las ciudades

Estoy en la Plaza de la bella Dorita (Barcelona) y es la plaza de cualquier pueblo, del mío, solo que con dos millones de habitantes más a su alrededor. Siento como si de alguna forma hubiesen extirpado unos metros cuadrados y lo hubiesen superpuesto en un lugar en el que prejuicias caos y desprecio. Una disección para estudiar con resultados concluyentes insatisfactorios: no hay cambio. Totalmente sorprendentes: impermutable. Una ciudad la hacen las personas, sus habitantes y visitantes que pasean por las calles, definen como hogares los edificios, llenan de olores y sabores en un reloj que nunca duerme. Esta definición podría valer para cualquier agrupación social sedentaria o no. La masa parece homogénea hasta que examinas de cerca y descubres que el ser humano se mueve por las mismas historias pequeñas sostenidas bajo los tres pilares de la vida: salud, dinero y amor, como filosofaba Cristina en Los Stop.

En cualquier parte del mundo y aquí, las mujeres arrastran cosas, llevan toda su vida arrastrando. Las ancianas arrastran carros de la compra, las madres hijas, las hijas madres. En el paso de peatones esperan todas calladas a que el semáforo se ponga en verde. La gente allí parada se entremezcla con la que espera el bus. Todos esperan. Nadie habla entre ellos. Seguro que todas las mañanas se encuentran las mismas caras en distinto orden, pero nadie se reconoce. El 88 acaba de llegar y el hombre que está sentado en el banco conmigo se ha levantado. También esperaba. A las 8 de la mañana el día aún no ha empezado y los sonidos de la ciudad se intercalan de forma interrumpida en intervalos de 50 y 40 segundos orquestados por el semáforo. Primero ruido y motor, luego una calma extraña y densa de murmullos tenues. Los niños cruzan en silencio a pesar de ser niños, y sus madres los arrastran al colegio.

Nuestra disección se encuentra en la avenida de Paralelo. Hay bancos ocupados por una o varias personas hablando o en silencio, respetando la calma que produce el ruido blanco del servicio de limpieza de las calles. Luego se sustituirá por un pico de obra y a veces por la nada que es un ruido aun más blanco llamado pájaros y vidas a frecuencias casi imperceptibles. Un anciano desaliñado al fondo, enfrente de El Molino un hombre obeso que solo se ha separado del móvil para explicarle a una ratera porqué no se lo dejaba. En el banco desde el que observo hay varias personas que se turnan como si fuese una cama caliente con respaldo. La última: una mujer nerviosa que buscaba a alguien para un intercambio que al final se produjo. Una anciana acaba de coger el relevo a mi lado. Va maldiciendo al hombre del que se acaba de despedir:

—Desgraciao —él se acerca a una mujer joven—, y ahora le hablas a esa.

La anciana va abrigada con un gorro de lana, un chaquetón negro y una especie de calcetín cortado como guantes. Lleva la raya del ojo pintada de verde.

—Yo la quiero musho, yo estoy con él por la perrita, este sinvergüensa deja la perrita cualquier día —me mira buscando audiencia—. Es que es un sinvergüensa, ¿eh? le pega, le pega a la perrita y yo le digo, a mí, delante mía no se lo hagas. Le quito el café, le compro la comida a la perrita, y con la perrita, le invito al café. Y aún me pedía dinero, yo no tengo dinero. Ahora, para que no me deje a la perrita, ¿eh? le doy dos euros, ¿eh? y se va con otra tía —hace una pausa para coger aire y se acerca.

El obeso lleva unas dos horas tranquilo con el móvil pegado a los ojos. Unos adolescentes se han sentado en el banco de atrás a almorzar. Se burlan y juegan a empujarse unos a otros hacia él, que parece molesto y se gira con dificultad. Al poco, guarda el móvil y se explica algo de forma efusiva moviendo una de las manos. Lo que se diga parece convencerle, así que se marcha. Empieza a sonar un pico de obra.

Tengo una edad, pero la edad… aunque yo fuera joven, no es mi tipo de hombre, porque no me guta su carácter que tiene. Pero por la perrita estiaguantando. Cuando le hablo… una falta de educación, ¿eh? yo me estoy cortando. Viene otra tía… lo que estoy aguantando por la perrita. Se ve cada cosa… que te quedas parao, ¿eh? Y digo, delante mía no se lo hagas. A mí los animalitos me dan musha pena. Desde niña ya… lo abandonan, pasa hambre, se mueren de pena, no hay deresho a eso ¿eh? son más agradesido lo animalitos que las personas. Yo estoy ayudando a una persona, ¿eh? y te están traisionando, no te hasen caso. Maleducao. Desagradecido ¿eh? Hase un perrito, viene un perrito, ay, ay, ay, qué cariñosito… para que veas. Menos mal, que soy mayó. Pero se ve cada cosa… me da pena de los animalitos.

Paral·lel es tranquilo, huele a polución densa, pero las voces se camuflan como susurros y la conversación con la señora se ha metido en mi cabeza.

—¿Él? sí, un cafelito… y yo un cortado, pa comprar la comida a la perrita. Eso no se lo hecho yo en cara al animalito, a él sí. Así soy yo: mis sentimientos. […] Me dan mucha pena los animales… los campos de Andalucía… cómo pasean los toros por los campos. Los toros solo son salvajes cuando se ven encerraos, pero cuando están en el campo… eso lo saben los que son del campo. Los matan, a los caballitos… y la gente del campo, que son casadores… yo he llevado una vida muy bonita y muy sana —se queda pensativa.

A mediodía se oye el murmullo y alguna voz altiva de los grupos de ancianos que se reúnen alrededor de los bancos para hablar y escuchar. La gente joven camina sin mirarse a nuestro lado. Tampoco se hablan.

Microcuento: Una mujer grita a un hombre que pasea en la plaza y en otro mundo al mismo tiempo. Se miran y ella se da cuenta del error. Marchan en dirección contraria y se despiden para siempre.

Este no cree, en Dios. Y mira cómo va. Claro, claro. Es que yo creo que Dios es un algo de la naturalesa. Hay muchas indundasiones y todo pero, ¿sabes por qué estas inundasiones? todo lo que era campo, lo están quitando. El agua, cayendo en el campo, lo tapaba el campo, la tierra, pos ahora como están hasiendo casas… pos por eso hay inundasiones: el agua ya no puede empapar la tierra. […] está el mundo fatal. Yo me crié en otra forma, era muy feliz, en Andalusía su, de Cai. Era otros tiempos. La gente se ayudaba, musho, era otro tiempo, ha cambiado musho pa lo malo, la droga es lo que ha pasao. Meno mal que me quedan pocos años de vida, ¿eh? tengo oshenta y cuatro.

—Se conserva muy bien —le digo, mi abuela tiene esa edad y le faltan muchos más dientes.

Uno de los ancianos de mi vera parece impaciente por irse y deja a los otros dos hombres hablando de pajaritos juguetones. Un segundo recuerda que tiene que hacer un recado y se ríen por no tener dientes. El grupo se disgrega.

—Porque nunca me he puesto crema… me lavo con agua fría. Sana. La naturalesa, ¿eh? eso… el aire, las playas, pero aquí, ¿qué naturalesa hay? to son pisos altos, ¡mucha humedá! los pisos húmedos, no da el aire, está to tapao, ¿eh? bueno te dejo, eh, guapa. Tengo un problema para caminar pero de salú, me voy al madico… —se marcha riéndose.

Las mujeres mayores vuelven arrastrando los carros de la compra llenos. Miran al suelo al pasar. Los edificios son demasiado altos y concentran el sonido creando una caja musical de Barcelona donde resuena el tráfico interrumpido por el semáforo, el pico de la obra, los pájaros chillones y las conversaciones de los bancos de la Plaza de la bella Dorita.

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