Después de muchas navidades sin que cupiese en su saco, Papá Noel trajo un potro de madera y Malena, que se lo agradeció con mucha devoción, lo convirtió en su juguete favorito.
Cuando cerraba con llave la puerta, la habitación se transformaba en cualquier otra cosa: a veces eran los establos de un castillo, otras un lugar perdido en el bosque, siempre un campo de batalla. A Malena le gustaba ser la princesa o la dama en apuros y el príncipe de turno la rescataba y para mostrarle todo lo bueno que hay en esta vida. Ella se montaba y juntos huían a lugares celestiales. ¡Pero su imaginación no se alimentaba solo de roles de género clásicos, solo sus preferencias! También era a veces la madame belicosa dispuesta a ser ella misma la que sometiera a la bestia, aunque siempre se aburría porque el juego acababa demasiado pronto. Cosa que, por otro lado, a veces no le venía mal. Sobre todo, si al día siguiente tenía una reunión importante a primera hora de la mañana.
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